el marruecos de las mujeres
El diálogo entre los sexos, aunque se produzca, acaba
convirtiéndose en monólogo, según Ómar Ibn al Jattab el Justo.1
¿Por qué? Responder a esta pregunta nos conduciría a una
disertación que trataría de explicar por qué el silencio de las mujeres es una
de las bases de nuestra civilización, y ese no es el objeto de este libro.
Su objeto es, por el contrario, romper el silencio
ancestral, sea cual sea su justificación.
¿Cómo aparece Marruecos a través del discurso de las
mujeres? ¿Se trata de un Marruecos familiar, es decir, el del discurso
masculino, o es un Marruecos desconocido? ¿Cuáles son los puntos y sistemas de
referencia del discurso femenino? ¿Son los mismos que los del discurso
masculino? ¿Cuáles son los problemas y cuáles las luchas que surgen en el
discurso femenino como cruciales, que justifican una vida y la estructuran?
Según el discurso masculino más sonoro, es decir, uno de los discursos
dominantes cuyos ecos resuenan a menudo en los medios de comunicación de masas,
los problemas y las luchas que fundamentan la vida de las mujeres y la
configuran serían los problemas y las luchas por ser amadas y deseadas por un
hombre que, evidentemente, tenga con qué pagar y sacar partido de la
mujer-cuerpo que, en ese discurso, asume un indiscutible valor de mercancía. La
belleza y la sexualidad, en el sentido estricto de seducción, serían los polos
más importantes de la vida de la mujer.
Pero parece que en el Marruecos de las mujeres las luchas y
los problemas son muy diferentes. Con este discurso femenino, el individuo
anclado en el discurso «mujeres-belleza-seducción» va a ir de sorpresa en
sorpresa. Se va a encontrar en una tierra desconocida. Sólo una minoría de
mujeres, en vías de extinción, sigue viviendo en el harén. Para todas las
demás, su vida se centra en la lucha por el pan, por el salario y por unos
ingresos, aunque estos sean mínimos. En el Marruecos de las mujeres, ganarse la
vida es la preocupación esencial de los seres humanos y la razón de su
existencia. Las mujeres, ante todo, se sienten agentes económicos, fuentes de
riqueza, de energía y de trabajo, en lucha incesante contra la pobreza, el paro
y la inseguridad. Una sola excepción a la regla: el discurso de Batul Benyelún,
criada en un harén fasí* de los años veinte y casada en otro en vísperas de la
Segunda Guerra Mundial. Pero ya no quedan Batules. Su equivalente hoy sería una
mujer cargada de títulos y de feroces ambiciones, tanto en el plano salarial
como en el profesional. Hoy en día, entre la burguesía fasí o de Casablanca, la
mujer percibe la búsqueda de un título y de un salario como una parte
intrínseca de su «belleza», con un valor similar al del cinturón de oro.
Incluso dentro de la clase en que el potencial de trabajo femenino puede
paralizarse sin grave perjuicio para la familia, es decir, dentro de la clase
en la que el marido gana lo suficiente para mantener a su esposa y a sus hijos,
asistimos a una reivindicación muy fuerte de su identidad económica por parte
de las mujeres. La era de las mujeres recluidas ha terminado: los hombres y las
mujeres que la siguen teniendo como referencia o la proyectan como ideal del
destino femenino resultan conmovedores y patéticos, pues confunden la historia
con sus fantasmas.
Y resultan más patéticos si tenemos en cuenta que la mujer
improductiva y recluida sólo ha existido en la realidad histórica marroquí en
casos muy excepcionales. No deberíamos olvidar que la historia de Marruecos,
hasta hace muy poco, ha sido la historia de un país minado por el hambre, las
epidemias y las luchas intestinas.2 En el Marruecos histórico y real, las
mujeres de las masas campesinas,3 que constituían la mayoría de la población,
no han podido nunca ser mantenidas por sus maridos, sino que siempre han tenido
que trabajar muy duro. El artículo 115 de la Mudawana4 que estipula que «toda
persona subviene a sus necesidades por sus propios medios, a excepción de la
esposa, cuyo mantenimiento incumbe al marido», refleja, no la realidad, sino la
fosa que separa la vivencia femenina y los principios que inspiran este
artículo. Es interesante señalar, en este sentido, que la Mudawana fue
elaborada exclusivamente por hombres. En los albores de la independencia, los
líderes nacionalistas, torturados en las cárceles, para que reinara la igualdad
y la democracia, diseñaron la futura familia marroquí en ausencia del elemento
central de esa familia, la mujer.5
Las entrevistas revelan, en efecto, que, en las clases de
rentas modestas, el marido está, a menudo, física y económicamente ausente. El
paro y la emigración hacen que sus hijos no puedan contar con él para nada.
El aporte de estas entrevistas se sitúa, pues, en dos
niveles. El primero es el de las percepciones: la diferencia entre la
percepción masculina del mundo y la femenina ha sido siempre imposible de
delimitar en nuestras sociedades a causa del silencio femenino. El monopolio
del discurso masculino en la sociedad musulmana pesa enormemente sobre el
futuro de la democracia, que supone la multiplicidad de discursos. Mientras que
se inicie al niño de tres años, de una pareja desequilibrada, en su relación
con el «otro» tomando como base la negación del derecho de las mujeres a la
expresión, ese mismo niño, una vez ciudadano adulto, amañará las elecciones
para impedir al «otro» (hombre o mujer) que se exprese.
El segundo aporte de estas entrevistas se sitúa en el plano
de lo real: se trata de identificar las rupturas que se han producido en la
condición femenina durante los últimos decenios. ¿Cuáles son, según el discurso
femenino, las dimensiones de la vida de una mujer, en la que los cambios han
sido muy profundos e irremediables, y con qué consecuencias?
El acceso al espacio, al empleo y la educación son algunos
de los ámbitos en los que la condición femenina ha registrado rupturas
fundamentales. El espacio, el empleo y la educación parecen ser los campos en
donde las luchas que agitan la sociedad y, especialmente, la lucha de clases,
se despliegan en la vida de las mujeres con mayor evidencia. Voy a limitarme en
esta introducción a reflexionar, exclusivamente, sobre los cambios que se han
producido (o han abortado) en lo concerniente a las relaciones entre los sexos
en el plano de las percepciones. No porque este sea más importante que el plano
de lo real, sino porque el problema del acceso de las mujeres al empleo, a la
educación y al espacio se impone con fuerza, incluso a los espíritus más
inconmovibles y, sobre todo, porque creo que el problema de lo «percibido», que
escapa, incluso, a los más vigilantes, es el problema-clave de la revolución
cultural y una de las causas de su fracaso en nuestra sociedad. En esta
introducción quisiera que quedase claro que, para una mujer, la célebre
jerarquía, que algunos siguen ingeniándose en mantener, entre infraestructura
(económica = lo vivido) y superestructura (ideológica = lo percibido) es un
absurdo. En una sociedad donde los cambios se viven como una agresión externa y
donde las tradiciones, consecuentemente, ocupan un lugar predominante en las
supuestas estrategias de «futuro» y «políticas de desarrollo» (como es el caso
de los países musulmanes), lo ideológico y lo percibido adquieren una forma
determinante. Los problemas que se plantean en un Marruecos «con ansias de
desarrollo» son más ideológicos que económicos. Lo que se plantea actualmente
en nuestra sociedad no se sitúa en el terreno de los problemas de orden
tecnológico (¿qué máquina necesitamos fabricar?), sino en el terreno de lo
percibido: ¿Cuáles son los problemas prioritarios y urgentes que hay que
resolver? La capacidad del planificador, del político y del intelectual para
captar, identificar y abordar los problemas nacionales prioritarios depende, consecuentemente,
de su capacidad de apertura a los discursos de las masas y de su fidelidad a
dichos discursos, es decir, de su capacidad para trascender su propia
subjetividad y su propia «percepción» de lo real.
Un dato que planificadores, políticos e intelectuales suelen
olvidar es que las «masas» tienen sexo, y que las mujeres constituyen la mitad.
El descuido de este dato tiene, como veremos, implicaciones fundamentales sobre
la percepción y las decisiones que van a tomarse frente a los problemas que desgarran
nuestra sociedad y vampirizan sus energías, y frente a las soluciones que se
imponen.
desfases entre el discurso femenino
y el discurso masculino
El mundo que surge del discurso femenino es un mundo
fundamentalmente diferente del prescrito como ideal por el discurso masculino
«sonoro»; el discurso que deja oír sus ecos en la legislación y en los medios
de comunicación de masas. Prefiero utilizar el término «sonoro» en lugar de
«dominante», porque el discurso dominante supone la existencia de otros
discursos discordantes y en contradicción con él. Ahora bien, en el Marruecos
actual, a pesar de la existencia de varios discursos masculinos (y,
especialmente, los de los intelectuales progresistas, que suelen romper con el
discurso dominante), estos no se dejan «oír». Se escucha un único tañido de
campanas, el del discurso «sonoro». Vocifera de tal forma y dispone de medios
tan poderosos que hace inaudibles los discursos progresistas. Además de los
medios de los que dispone el discurso masculino dominante, otra razón
esteriliza los discursos progresistas: las presiones rayanas en el terrorismo
que el discurso oficial ejerce con respecto a ellos. Por ejemplo, la manera en
que problemas tan graves como la poligamia, la repudiación, la desigualdad de
los sexos en cuanto a la herencia, o el problema de la anticoncepción son
abordados por los partidos progresistas, está estrechamente condicionada por el
chantaje y el temor a ser tildados de ateos por el aparato ideológico dominante
cada vez que surge una reivindicación contestataria.
Sabemos que, en la lógica de la ideología dominante, todo
cambio es innovación (bidaa), y toda innovación, error (dalala). Así pues,
cuando hablo de desfase entre el discurso masculino y el femenino, sólo me
refiero al discurso masculino «sonoro», es decir, dominante. Las entrevistas
dejan ver que existe un divorcio total entre ambos discursos, en cuanto a la
percepción de, al menos, tres fenómenos: los roles según los sexos, la pareja y
la anticoncepción.
según las mujeres, el «sexo débil»
sería el masculino
Según el discurso masculino «sonoro», los sexos no son
iguales; existe un sexo fuerte, el hombre, y un sexo débil, la mujer. En el
discurso femenino, las mujeres se describen como una raza de titanes que se
enfrenta cotidiana y directamente contra esos monstruos destructores que son el
paro, la pobreza y el trabajo degradante. Un caso extremo de autovalorización
de las mujeres, en calidad de agentes económicos, es el de Aixa al Hyaniya:
esta niña de nueve años se vio arrancada de su terruño natal, su Hyayna,6 para
entrar de criada en una familia de Fez. Aixa recuerda su infancia en el campo
como un período en el que estaba dotada de una capacidad casi mítica de crear
riqueza. Podía cultivar plantas, participar en el prensado de las aceitunas, ir
a por agua y a recoger leña, pescar y cazar pájaros, hacer el pan y cuidar de
los animales.
En el discurso femenino, el hombre apenas se interpone entre
las mujeres y las dificultades que éstas encuentran para ganarse la vida. El
hombre no sólo no las mantiene, como estipula el concepto de nafaqa (pensión
alimenticia, artº 115 de la Mudawana), ni a ellas ni a sus hijos, sino que es
incapaz de desempeñar el papel de intermediario, de tapón entre ellas y las
fuerzas sociales que las atenazan y agreden.
Todas las mujeres, excepto Batul Benyelún, que vivía
prisionera en un harén, se sienten partícipes activas en la vida económica de
la familia, independientemente de los ingresos y de la categoría social del
marido. Rabea, maestra y mujer de médico, explica que, en los comienzos de su
matrimonio, su marido exigía que trabajara y que, una vez instalada la pareja,
era ella la que procuraba continuar con su trabajo. Tras el fracaso de su
matrimonio, relaciona su decisión de divorciarse con su capacidad para ganar un
salario. Según ella, derecho de expresión y salario van a la par: «Hemos
conseguido el derecho de decir al hombre lo que pensamos, cosa que mi madre no
podía hacer. Y la posibilidad de solicitar el divorcio, aun a riesgo de cargar
con todas las consecuencias y todas las culpas; pero es muy importante, por lo
menos, poderlo hacer».
Nezha, la única de las entrevistadas que accedió a la
enseñanza universitaria, y que nació en un medio urbano modesto, empezó a
trabajar muy joven para ganarse la vida. Desde que comenzó los estudios
secundarios, se puso a buscar un trabajo que le permitiera ganar dinero durante
las vacaciones escolares y subvenir a una parte de sus necesidades. En cuanto a
las mujeres analfabetas, o que no tuvieron acceso más que a unos años de
escolarización, la vida activa comienza en la infancia. La mayoría de ellas,
pertenecientes a las clases desheredadas, comienzan a trabajar a los cinco o
seis años. En el medio rural, participan en los trabajos del campo y en el
pastoreo, así como en las tareas de acarrear agua y leña. En el medio urbano,
se las «coloca» en casa de otras familias, o bien de «aprendizas» en un taller
artesanal. El hombre, marido o padre, no logra proteger a la mujer contra su
entrada precoz en la vida activa, ni contra la emigración y los riesgos que
conlleva, ni contra el paro y la explotación furibunda de los patrones. Las
vicisitudes del sector agrícola, las luchas en torno a la tierra y su
propiedad, de las que el campesino sale siempre perdedor (según el discurso
femenino), repercuten directamente en la vida de las mujeres. En su discurso,
los hombres son antihéroes, exactamente igual que las mujeres, seres acogotados
por las fuerzas destructivas que desestabilizan el mundo rural. La sequía y la
disminución desenfrenada de las tierras de que dispone la familia reducen a
hombres y mujeres a buscar, en un momento u otro de sus vidas, la emigración
como solución individual o colectiva. En el caso de Dauya al Filalía, la
emigración es una decisión individual. En otros, la mujer emigra como parte de
la pareja, después de su matrimonio. Y, otras veces, emigra sola, pero por
decisión familiar, como es el caso de las niñas colocadas de «chicas».
En resumen, no se encuentra un solo caso en que el discurso
femenino presente al hombre como un ser fuerte y protector, y a la mujer como
un ser débil que espera del hombre protección y largueza. Parece que estamos
ante una de las distorsiones más graves en el plano de las percepciones,
distorsión que, por otra parte, repercute en la manera de cómo el Estado,
aparato de decisión en materia de planificación y legislación, se sitúa y
reacciona. A saber: el hecho de ver al hombre como el pilar de la familia, su
proveedor y el único miembro activo en su seno. De modo que las políticas de
creación de empleo, en el medio rural o urbano, se centran en la creación de
empleos masculinos. Este es el caso, por ejemplo, de dos proyectos que han
desempeñado un papel muy importante en la economía del país: el proyecto de
reforma agraria y el de promoción nacional. Otra consecuencia del fantasma
masculino, según el cual la mujer en Marruecos no se mantiene por sí misma, es
el fracaso de la política de escolarización y formación profesional de las
mujeres. Las escasas acciones políticas en materia de promoción femenina se
conciben para una «mujer de su casa», inexistente en las capas pobres, que
constituyen el objetivo de dichos programas. Así es como en los «hogares»
femeninos y en los obradores (pertenecientes, respectivamente, al Ministerio de
Juventud y Deportes y al Ministerio de Asuntos Sociales), el objetivo de los
programas fue, durante años, enseñar a las mujeres las tareas caseras y, sobre
todo, costura, tricotado, cocina y bordado. Los programas se dirigían a una
mujer-fantasma, y las mujeres desertaron de los «hogares» en busca de trabajo y
empleo remunerado desde la infancia. Y por último, otra consecuencia del
fantasma masculino del «hombre-proveedor», que mantiene a su mujer y a sus
hijos —único modelo operativo para nuestra legislación y nuestra planificación
económica—, es el discurso insensato, mantenido desde 1975, sobre la necesidad
de «integrar a las mujeres en el desarrollo», como si hubiera habido un
desarrollo y las mujeres hubieran permanecido sentadas al margen, mano sobre mano...
Las mujeres se sienten totalmente insertas en la lucha económica, en la lucha
por la supervivencia, en la lucha por un empleo remunerado y en la lucha contra
la inseguridad de ese mismo empleo. Parece, pues, que, en cuanto a las
percepciones, el divorcio entre el discurso masculino «sonoro» y el discurso
femenino es total. ¿Qué es lo que sucede en cuanto a la percepción de la
pareja?
la lucha por la construcción de una pareja sólida como obra
maestra de la vida de una mujer
En el discurso masculino «sonoro», la pareja es una realidad
inexistente, si se define la pareja como una entidad formada por dos seres
esforzados por igual en la lucha por la vida y en la que, en el aspecto
económico, hay una puesta en común de los recursos y no la contribución de uno
solo. El modelo de relación conyugal que opera en las leyes y en los valores
afirmados por ese discurso es una relación desequilibrada y totalmente
asimétrica, tanto en el plano económico como en el afectivo.
En el plano económico, la entidad conyugal está formada por
un ser dependiente, la mujer, y otro ser rico y generoso, que vela por la
satisfacción total de las necesidades de aquélla. En el plano afectivo, el
desequilibrio del modelo es igualmente evidente: la fidelidad se exige
únicamente a la mujer. El hombre puede acceder a otras parejas. La poligamia le
permite «repartirse» oficialmente entre cuatro mujeres, y la repudiación,
reemplazarlas por otras, tantas veces como quiera; y ello por decisión
unilateral y soberana. Su capricho es la única ley y el juez único. Cuando la
repudiación y la poligamia se instituyen como ley en una sociedad, es evidente
que esa sociedad opta contra la existencia de la pareja como entidad, en la que
la relación económica y afectiva estaría basada en la igualdad de los
intercambios.
Ahora bien, el discurso femenino pone de manifiesto que las
mujeres están en una situación de subversión total en lo que concierne a la
pareja, reivindican una relación basada en la igualdad en el plano afectivo y
económico, como único modelo conyugal viable, y se vuelcan totalmente en su
construcción.
Por una parte, exigen fidelidad y, por otra, demuestran, a
través de sus luchas cotidianas, que un hombre pobre es digno de ser amado. Las
vidas de las mujeres entrevistadas destruyen con su simple testimonio el
fantasma-clave del discurso «sonoro» masculino, a saber, que sólo un hombre
económicamente fuerte es digno de ser amado. En el discurso femenino, las
mujeres aman a los hombres, no porque sean ricos y generosos, sino porque se
entregan afectivamente. Las mujeres no aman a los hombres por el dinero y los
recursos materiales que pueden ofrecer, sino por los recursos afectivos que
pueden entregar. Exigen ser amadas y tener una relación privilegiada y
exclusiva con su marido; el mantenimiento material es secundario, puesto que
ellas consiguen mantenerse por sí mismas.
«Le puse a mi marido condiciones antes de tener mi primer
hijo. Le dije: “puedo aceptar el hambre y la indigencia; puedo vivir contigo en
una casa en ruinas, en una casa de hojalata, y hasta en una tienda si es
preciso... pero si te veo hacer... si veo que vas con otra mujer... o si, por
ejemplo, te quedas hasta tarde fuera, o vuelves tarde por la noche, aunque no
hayas hecho nada (¿cómo iba yo a saberlo?)... eso no podría soportarlo”
(manqdarsh)». Es el deseo de Tahra Bent Mohámmad, a quien, tras su matrimonio,
la emigración arrancó del Atlas Medio y arrojó a los suburbios de chabolas de
Rabat.
La pareja, en el discurso femenino, parece hacer frente
milagrosamente a los graves problemas que desgarran la familia; el paro,
especialmente, que no sólo hace al hombre incapaz de cumplir con su papel de
proveedor de la nafaqa, sino que impone su ausencia, más o menos intermitente,
como un aspecto de la familia moderna.
En el caso de Habiba la vidente, la pareja que forma con su
segundo marido es un éxito, según sus propias palabras, no porque su marido sea
rico y generoso, sino porque, en sus ataques de riah,7 él se revuelca con ella
por el suelo, en los charcos de agua y en el barro. El marido de Habiba además
de estar en paro es maadur, como dice ella, un inválido, un lisiado sin
piernas.
La encarnizada voluntad desplegada por las mujeres para
construir una pareja sólida se manifiesta, en la génesis de esa misma pareja,
en el rechazo sistemático del compañero elegido por los padres. Casi todas las
mujeres rechazaron al «novio» presentado por sus padres y se arrogaron el
derecho de elegir a otro hombre que respondía más a sus gustos y deseos. En
este punto también, la mujer parece situarse en ruptura con otra institución de
la familia musulmana recogida en la Mudawana, la institución del wali o tutela
matrimonial, que exige que «la mujer no lleve a efecto por sí sola el acta de
matrimonio, sino que sea representada por un tutor, el wali, que ella habrá
designado al efecto» (artº 12 de la Mudawana). Legalmente, el matrimonio
musulmán no es un matrimonio concertado entre un hombre y una mujer, sino un
acto sellado entre dos hombres, ya que la ley especifica que «la tutora
testamentaria debe delegar en un mandatario varón para contraer matrimonio en
nombre de su pupila». El wali sólo puede ser un hombre. Se puede argumentar que
la tutela matrimonial no confiere al varón, representante de la mujer en la
conclusión del acta de matrimonio, el derecho a elegirle pareja. Lo cual no
quiere decir que, en realidad, tal y como se desprende del discurso femenino,
los padres y los hermanos respeten la sutilidad de la ley musulmana y no suelan
arrogarse el derecho de elegir esposo a su hija o hermana, y que ésta no se vea
obligada a rechazarlo para imponerse. Una vez más, vemos cómo los deseos y la
voluntad de las mujeres entran en conflicto con las leyes masculinas que rigen
el mundo. Otro tema donde el conflicto entre las leyes y opciones masculinas y
la voluntad de las mujeres es total, es el de la anticoncepción. Las leyes y
los debates políticos emprendidos en torno a esta cuestión desde las instancias
religiosas o políticas revelan una ruptura total entre dichas instancias y las
necesidades y la voluntad de las mujeres.
Fátima Mernissi, "Prólogo", en Marruecos a través de sus mujeres, ediciones del oriente y del mediterráneo, 6ª ed., 2007, p. 11-24
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